Los dias Oscuros
Escrito por Darkher
Basado en la trilogia:
Los juegos del hambre
De Suzanne Collins
PRIMERA
PARTE
LA REBELIÓN
1
El grave sonido de las alarmas me despierta. De un sobresalto me pongo a orillas de la cama, aún tengo los ojos entrecerrados y me concentro en mirar a mí alrededor pero solo veo dos bultos que se esconden de las sombras de la madrugada.
Me enjuago las legañas con la manga del suéter deshilachado y gastado que llevo, me queda un poco grande todavía y es porque no es de mi talla. Bostezo como una fiera y la vista se esclarece cuando mis ojos lagrimean. Aquellos bultos difusos se convierten en un par de camas, una de ellas se encuentra desocupada, con las frazadas arrojadas hacia un lado y la almohada en el suelo, la otra estaría casi intacta de no ser porque debajo de las frazadas sobresale una pequeña y delgada figura que no ocupa ni la mitad de la cama.
Extiendo los pies y busco mis botas a tientas, una la encuentro de inmediato, pero para la otra tengo que agacharme y mirar por debajo de la cama. Tomo la bota, pero me quedo a mirar una pequeña caja de cartón cuadrada, está vieja y se ha deformado porque posiblemente se ha mojado hace tiempo. Sonrío y me siento de nuevo en la cama para ajustarme las botas. Me pongo de pie y voy hacia la cama ocupada y comienzo a mover el bultito con delicadeza.
—Ely, Ely…— Le llamo con un susurro apenas audible—. Tenemos que irnos, despierta.
Una maraña de cabello marrón se asoma perezosa de entre las sábanas y se acomoda un poco, pero sólo se ha girado hacia el otro lado de la cama. Me engaña por completo, creía que se levantaría al primer aviso pero esto no ocurre.
—Ely—.Vuelvo a llamarle con un susurro, pero trato de elevar un poco más la voz, sólo quiero levantarla no que todo el mundo me escuche.
La alarma vuelve a sonar, levanto el rostro como si el sonido de que nos alerta fuera algo visual y no algo auditivo. Mi mano se agita con fuerza sobre el hombro de mi hermana y por fin se despierta. Veo su carita somnolienta y cansada que intenta reconocerme, pasan unos segundos cuando vuelvo a hablarle.
—Ya ha sonado por segunda vez, no queda mucho tiempo—. Le advierto y ella parece entender de inmediato. Se pone de pie y me mira mientras corre hacia el ropero que es el único sitio donde podemos guardar cosas en la habitación. El reflejo de su rostro se queda grabado en mi mente y de momento no parece que esté tratando de recordar el delicado y fino rostro de Elyse, sino el de mi madre. Ellas eran muy parecidas, o cuando menos es lo que intento recordar hasta hoy en día.
Mi madre murió el mismo día que Elyse nació. Aún era muy pequeño cuando eso ocurrió y apenas puedo grabarme vagamente la imagen de mi madre, por eso cuando veo a mi hermana me viene a la mente el cómo sería el rostro de mi madre cuando tenía su edad. Estoy seguro que cuando Elyse cumpla la misma edad que tenía mi madre hasta el día que falleció, podré recordar con exactitud cómo era la mujer que nos trajo a este mundo.
En ocasiones en el mercado de nuestro Distrito conocido como El Telar, escucho comentarios — ¿o debería decir bromas del mal gusto?— que hacían aquellos conocidos de la familia al verme ir por los suministros con mis hermanos, especialmente con Elyse: “Murió un ángel y reencarnó en otro”; “El lecho de flores dejó su semilla” y algunas otras afirmaciones indecorosas sobre el futuro de mi hermana.
Cuando eso ocurría sólo ponía un gesto adusto y mal miraba a los sujetos. Me duele mucho que me recuerden una pérdida en mi vida, sobre todo aquellas que solían ser importantes, como mi madre. No es que no pudiera decirle algo a los sujetos que nos molestaban, pero la mayoría de veces los pleitos que ocurren en el Telar, terminan con golpes. Tres chicos desnutridos no serían unos dignos rivales para una banda de borrachos que buscan desquitarse con quien sea de lo injusta que es la vida en los Distritos.
Elyse regresa con una manta morada que le cubre de pies a cabeza, me tiende la mano y yo se la sostengo. Observo que sus dedos aún están rojos. Ha trabajado mucho ayer y aún pueden vérsele las ámpulas regodeándole la mano. Se durmió llorando por el ardor que le ocasionaban y traté de convencerla que pronto se convertirían en callos y que el dolor desaparecería, como los malos recuerdos.
Juntos bajamos con rapidez las podridas escaleras de madera que llevan a la planta baja. Sólo algunos muebles como una mesa y pocas sillas se encuentran recargadas en las cochambrosas paredes, lo demás es un vacío que huele a humedad y soledad.
Abro la puerta y apenas se vislumbra el exterior, aún está oscuro y el frío hela los huesos. Frente a nosotros se encuentra una silueta que es casi de mi tamaño, se le marca perfectamente el contorno del cuerpo y eso es porque no lleva más que una playera negra sin mangas. Se escuchan en las cercanías sonidos de personas tosiendo y otras más exhalando vahos del poco calor corporal que les queda, sin embargo aquel que está delante de mí no tirita y sólo observa hacia el frente. Nos colocamos en hilera a su lado y se deja oír su jovial voz sin rastros de frialdad con entusiasmo.
—Apenas y llegaron…—. Dijo algo más pero de inmediato fue opacado por el tercer sonido de la sirena.
En las casas que se encuentran a los lados de la nuestra y enfrente de ella veo que sus habitantes están alineados perfectamente tal como yo y mis dos hermanos lo hacemos. Sólo reconozco a los que viven a nuestro alrededor y los demás son sombras vacilantes que se someten al frío.
—…a tiempo—. Respondo entrecortadamente, el frío de la madrugada me limita el aliento, y mis frases deben ser cortas, o de lo contrario se escuchará como un dejo de quejidos y sonidos inteligibles. —Tú siempre…—Titubé—. …tan impaciente.
—No hay nada como otro día de trabajo en la fábrica—. Dice sin tapujos mi hermano menor Marlon, aquel responsable de que la cama vacía se encontrara hecha un desastre. La blancura de su sonrisa pareciera destellar entre la sombras del lugar.
—Otro día de servirle al Capitolio—. Replico con sorna y la mano que recordaba que sostenía, tiembla y eso es porque Elyse estornudaba.
—Si no es a ellos, sería a alguien más— Intervino una cansada y débil voz a mi derecha.
—No tiene porque ser así—. Espeté con enfado.
—Pero lo es, muchacho. Tenemos que vivir con ello o no vivir—. Dice el Viejo Jenkins, el anciano que nos relata historias cuando está por caer la noche. Muchos chicos y algunos adultos se reúnen en su casa al ocaso y le llevan un poco de alimento a cambio de un poco de entretenimiento nocturno.
Sus historias nos mantienen de pie: soñando con mundos que jamás conoceremos y personas que jamás llegaremos a ser. Historias sobre héroes o villanos, relatadas a gente que solo vive para trabajar para otros y sin ilusiones. En ocasiones cuenta a las chicas relatos de princesas y animales fantásticos que conceden deseos. Es ventajoso que viva a nuestro lado, porque cuando Elyse se queda dormida no tengo que cargarla demasiado para depositarla en su cama.
Por sus historias, el Señor Jenkins ha viajado a todos los Distritos y se ha llenado de sus tradiciones, incluso aprovechaba aquellos momentos en que sólo jóvenes y adultos se reunían en su casa para hablar del Capitolio, él nació ahí y lo sé porque bajo sus cansados ojos existen un par de marcas azules que se encuentran debajo de su piel, pintados para siempre. Sus manos son de un color verduzco y lo que imagino en su juventud parecería un campo llano y florido, hoy parece un pantano decaído y arrugado.
Nunca nos ha dicho porque fue que dejó el Capitolio. Pero esa no es la incógnita en todo esto, sino ¿cómo fue posible que lo dejaran salir de los demás Distritos? Del Capitolio mismo. Mi padre lo estimaba mucho, decía que aquel anciano decaído y débil valía mucho, y no por cómo se veía sino por el conocimiento que nos transmitía. Por ejemplo, de mi padre comencé a respetar al Viejo Jenkins, pero mientras crecía ese respeto se desarrolló por mi cuenta y hoy en día lo tengo en alta estima. He aprendido mucho de él, incluso ahora cuando me dice algo tomo sus palabras por ciertas y no replico. Es por ello que tiene la palabra final y su frase de resignación me hace callar.
Un par de luces al final de la calle serpentean en nuestra dirección, van acercándose. Elyse me aprieta la mano, me giro para verla y regalarle una sonrisa fingida. Marlon comienza a hacer movimientos de calistenia, así que es por eso que se protege del frío. Todos nos preparamos, los vigilantes se acercan y verifican que los habitantes se encuentren fuera de sus casas y así comienzan las actividades en el Distrito 8.