Los dias Oscuros
Escrito por Darkher
Basado en la trilogia:
Los juegos del hambre
De Suzanne Collins
PRIMERA
PARTE
LA REBELIÓN
1
El grave sonido de las alarmas me despierta. De un sobresalto me pongo a orillas de la cama, aún tengo los ojos entrecerrados y me concentro en mirar a mí alrededor pero solo veo dos bultos que se esconden de las sombras de la madrugada.
Me enjuago las legañas con la manga del suéter deshilachado y gastado que llevo, me queda un poco grande todavía y es porque no es de mi talla. Bostezo como una fiera y la vista se esclarece cuando mis ojos lagrimean. Aquellos bultos difusos se convierten en un par de camas, una de ellas se encuentra desocupada, con las frazadas arrojadas hacia un lado y la almohada en el suelo, la otra estaría casi intacta de no ser porque debajo de las frazadas sobresale una pequeña y delgada figura que no ocupa ni la mitad de la cama.
Extiendo los pies y busco mis botas a tientas, una la encuentro de inmediato, pero para la otra tengo que agacharme y mirar por debajo de la cama. Tomo la bota, pero me quedo a mirar una pequeña caja de cartón cuadrada, está vieja y se ha deformado porque posiblemente se ha mojado hace tiempo. Sonrío y me siento de nuevo en la cama para ajustarme las botas. Me pongo de pie y voy hacia la cama ocupada y comienzo a mover el bultito con delicadeza.
—Ely, Ely…— Le llamo con un susurro apenas audible—. Tenemos que irnos, despierta.
Una maraña de cabello marrón se asoma perezosa de entre las sábanas y se acomoda un poco, pero sólo se ha girado hacia el otro lado de la cama. Me engaña por completo, creía que se levantaría al primer aviso pero esto no ocurre.
—Ely—.Vuelvo a llamarle con un susurro, pero trato de elevar un poco más la voz, sólo quiero levantarla no que todo el mundo me escuche.
La alarma vuelve a sonar, levanto el rostro como si el sonido de que nos alerta fuera algo visual y no algo auditivo. Mi mano se agita con fuerza sobre el hombro de mi hermana y por fin se despierta. Veo su carita somnolienta y cansada que intenta reconocerme, pasan unos segundos cuando vuelvo a hablarle.
—Ya ha sonado por segunda vez, no queda mucho tiempo—. Le advierto y ella parece entender de inmediato. Se pone de pie y me mira mientras corre hacia el ropero que es el único sitio donde podemos guardar cosas en la habitación. El reflejo de su rostro se queda grabado en mi mente y de momento no parece que esté tratando de recordar el delicado y fino rostro de Elyse, sino el de mi madre. Ellas eran muy parecidas, o cuando menos es lo que intento recordar hasta hoy en día.
Mi madre murió el mismo día que Elyse nació. Aún era muy pequeño cuando eso ocurrió y apenas puedo grabarme vagamente la imagen de mi madre, por eso cuando veo a mi hermana me viene a la mente el cómo sería el rostro de mi madre cuando tenía su edad. Estoy seguro que cuando Elyse cumpla la misma edad que tenía mi madre hasta el día que falleció, podré recordar con exactitud cómo era la mujer que nos trajo a este mundo.
En ocasiones en el mercado de nuestro Distrito conocido como El Telar, escucho comentarios — ¿o debería decir bromas del mal gusto?— que hacían aquellos conocidos de la familia al verme ir por los suministros con mis hermanos, especialmente con Elyse: “Murió un ángel y reencarnó en otro”; “El lecho de flores dejó su semilla” y algunas otras afirmaciones indecorosas sobre el futuro de mi hermana.
Cuando eso ocurría sólo ponía un gesto adusto y mal miraba a los sujetos. Me duele mucho que me recuerden una pérdida en mi vida, sobre todo aquellas que solían ser importantes, como mi madre. No es que no pudiera decirle algo a los sujetos que nos molestaban, pero la mayoría de veces los pleitos que ocurren en el Telar, terminan con golpes. Tres chicos desnutridos no serían unos dignos rivales para una banda de borrachos que buscan desquitarse con quien sea de lo injusta que es la vida en los Distritos.
Elyse regresa con una manta morada que le cubre de pies a cabeza, me tiende la mano y yo se la sostengo. Observo que sus dedos aún están rojos. Ha trabajado mucho ayer y aún pueden vérsele las ámpulas regodeándole la mano. Se durmió llorando por el ardor que le ocasionaban y traté de convencerla que pronto se convertirían en callos y que el dolor desaparecería, como los malos recuerdos.
Juntos bajamos con rapidez las podridas escaleras de madera que llevan a la planta baja. Sólo algunos muebles como una mesa y pocas sillas se encuentran recargadas en las cochambrosas paredes, lo demás es un vacío que huele a humedad y soledad.
Abro la puerta y apenas se vislumbra el exterior, aún está oscuro y el frío hela los huesos. Frente a nosotros se encuentra una silueta que es casi de mi tamaño, se le marca perfectamente el contorno del cuerpo y eso es porque no lleva más que una playera negra sin mangas. Se escuchan en las cercanías sonidos de personas tosiendo y otras más exhalando vahos del poco calor corporal que les queda, sin embargo aquel que está delante de mí no tirita y sólo observa hacia el frente. Nos colocamos en hilera a su lado y se deja oír su jovial voz sin rastros de frialdad con entusiasmo.
—Apenas y llegaron…—. Dijo algo más pero de inmediato fue opacado por el tercer sonido de la sirena.
En las casas que se encuentran a los lados de la nuestra y enfrente de ella veo que sus habitantes están alineados perfectamente tal como yo y mis dos hermanos lo hacemos. Sólo reconozco a los que viven a nuestro alrededor y los demás son sombras vacilantes que se someten al frío.
—…a tiempo—. Respondo entrecortadamente, el frío de la madrugada me limita el aliento, y mis frases deben ser cortas, o de lo contrario se escuchará como un dejo de quejidos y sonidos inteligibles. —Tú siempre…—Titubé—. …tan impaciente.
—No hay nada como otro día de trabajo en la fábrica—. Dice sin tapujos mi hermano menor Marlon, aquel responsable de que la cama vacía se encontrara hecha un desastre. La blancura de su sonrisa pareciera destellar entre la sombras del lugar.
—Otro día de servirle al Capitolio—. Replico con sorna y la mano que recordaba que sostenía, tiembla y eso es porque Elyse estornudaba.
—Si no es a ellos, sería a alguien más— Intervino una cansada y débil voz a mi derecha.
—No tiene porque ser así—. Espeté con enfado.
—Pero lo es, muchacho. Tenemos que vivir con ello o no vivir—. Dice el Viejo Jenkins, el anciano que nos relata historias cuando está por caer la noche. Muchos chicos y algunos adultos se reúnen en su casa al ocaso y le llevan un poco de alimento a cambio de un poco de entretenimiento nocturno.
Sus historias nos mantienen de pie: soñando con mundos que jamás conoceremos y personas que jamás llegaremos a ser. Historias sobre héroes o villanos, relatadas a gente que solo vive para trabajar para otros y sin ilusiones. En ocasiones cuenta a las chicas relatos de princesas y animales fantásticos que conceden deseos. Es ventajoso que viva a nuestro lado, porque cuando Elyse se queda dormida no tengo que cargarla demasiado para depositarla en su cama.
Por sus historias, el Señor Jenkins ha viajado a todos los Distritos y se ha llenado de sus tradiciones, incluso aprovechaba aquellos momentos en que sólo jóvenes y adultos se reunían en su casa para hablar del Capitolio, él nació ahí y lo sé porque bajo sus cansados ojos existen un par de marcas azules que se encuentran debajo de su piel, pintados para siempre. Sus manos son de un color verduzco y lo que imagino en su juventud parecería un campo llano y florido, hoy parece un pantano decaído y arrugado.
Nunca nos ha dicho porque fue que dejó el Capitolio. Pero esa no es la incógnita en todo esto, sino ¿cómo fue posible que lo dejaran salir de los demás Distritos? Del Capitolio mismo. Mi padre lo estimaba mucho, decía que aquel anciano decaído y débil valía mucho, y no por cómo se veía sino por el conocimiento que nos transmitía. Por ejemplo, de mi padre comencé a respetar al Viejo Jenkins, pero mientras crecía ese respeto se desarrolló por mi cuenta y hoy en día lo tengo en alta estima. He aprendido mucho de él, incluso ahora cuando me dice algo tomo sus palabras por ciertas y no replico. Es por ello que tiene la palabra final y su frase de resignación me hace callar.
Un par de luces al final de la calle serpentean en nuestra dirección, van acercándose. Elyse me aprieta la mano, me giro para verla y regalarle una sonrisa fingida. Marlon comienza a hacer movimientos de calistenia, así que es por eso que se protege del frío. Todos nos preparamos, los vigilantes se acercan y verifican que los habitantes se encuentren fuera de sus casas y así comienzan las actividades en el Distrito 8.
Los vigilantes son la guardia de los Distritos en general, visten un traje morado; sus botas de cuero, cinturones y las boinas que usan son de color negro. Les dan un aspecto siniestro y aterrador, además siempre van armados. Infunden miedo con tan solo tenerlos cerca, pero cada día tenemos que soportarlo para ir al trabajo. Por la mañana accionan la alarma y la harán sonar tres veces antes de que recorran las calles, para entonces todos debemos de estar fuera de nuestras casas y en una fila, mostrando a todos y cada uno de los integrantes de la familia.
Los vigilantes patrullan las calles con unos aparatos que apuntan a una marca que cada casa tienen sobre el umbral de su puerta. Los aparatos muestran un número y la cantidad de integrantes que habitan en los hogares. Ellos los rectifican y se aseguran que no falte nadie al trabajo.
Recuerdo hace algunas semanas, un sujeto de algunas casas más lejos de la mía, se encontraba enfermo y en cama. Sus familiares intentaron explicárselo a los vigilantes, pero estos tan sordos e insensibles como una roca se metieron a la casa y sacaron a golpes al enfermo. El hombre apenas y podía ponerse en pie, se retorcía por los golpes que le asestaron y se desplazaba arrastrando los pies con un gran esfuerzo, tosía continuamente, pero al menos se cubría la boca con un paño. Claro, uno de los principios de nuestro Distrito es que si estás enfermo tienes que hacer lo posible por no infectar a los demás. Suena noble, pero no lo es tanto, sino por seguridad a los demás pues no contamos con atención médica; ésta sólo es reservada para los vigilantes, sus familias y el gobierno del Distrito 8.
Así que más vale no quedarse dormido y hacer hasta lo imposible por cuidar de la salud. Como el hermano mayor de dos, tengo que cuidar cosas así, pero Marlon es tan necio y entusiasta que pasa por alto mis consejos, advertencias y amenazas. Por su parte Elyse es una chica lista y me obedece.
Una vez que los vigilantes pasan y nos apuntan con sus linternas a la cara para contarnos, rectifican los números de sus aparatos y tenemos que hacer una sola fila al unir a los vecinos de enfrente. Enseguida nos alineamos y seguimos a los vigilantes a las fábricas. Cuando la fila se une veo un rostro familiar: unos ojos grandes y negros, piel blanca y cabello oscuro como la boca de un lobo.
—Suerte que hoy no hubo enfermos—anuncio.
—O dormilones—. Dice mi amigo Paris.
—Por poco los habría—. Digo moviendo la cabeza hacia abajo y señalando con la vista a Elyse. La pequeña apenas y muestra sus ojitos a través de la frazada que le cubre casi todo el cuerpo y me lanza una mirada de desaprobación.
Paris ríe y le da un golpecito cariñoso en la cabeza a mi hermana. Nos formamos en el orden de siempre: El Viejo Jenkins, Paris, Marlon, Elyse, yo y Crayton. Tanto Paris como el sujeto detrás de mí, viven solos. Crayton es un tipo enorme y mal encarado; musculoso, de apariencia similar a un vigilante, sólo que en vez de usar ropa formal y colorida usa jirones y retazos de ropa que le cubren el cuerpo, sólo lleva un chaleco grueso que deja ver los enormes brazos que asemejan a un par de troncos de roble.
Crayton solía ser un vigilante, al menos cuando era soltero, es decir, todavía lo es pero hubo un tiempo que no lo fue. Las chicas del Distrito 8 no tienen muchas aspiraciones por delante, la mayoría de ellas sólo pueden permitirse el contraer matrimonio con algún joven, pero aquellas que sobresalen del resto lo hacen con los vigilantes. Así obtienen beneficios y pueden dejar de trabajar en las fábricas de ropa. Una de estas chicas se unió en matrimonio con Crayton, todo resultaba bien para él y ella, hasta que un día una orden del Capitolio exigía a la esposa del vigilante, él desde luego no quiso cederla y se lanzó contra los enviados del Capitolio. El pleito terminó tan rápido como empezó: se intercambiaron golpes y al final Crayton fue degradado, quedó solo y fue condenado a trabajar en las fábricas.
Aún conoce a algunos vigilantes, pero no puede permitirse mirarlos a la cara, la vergüenza de verse como uno de nosotros lo embarga, pero entre la población no ha perdido respeto, sino que se ha ganado un poco más. Ahora dedica todas las tardes libres en el Telar negociando y bebiendo sin control.
La fila avanza y nosotros con ella. Todavía está oscuro y el frío se incrementa, no debería de hacer tanto porque es verano, pero hace mucho tiempo que aquellos que habitamos en Panem no prestamos mucha atención a las estaciones del año. No sé mucho del pasado de la nación y lo poco que conozco es por historias que se cuelan en el trabajo. Hace mucho un pasado de guerras terminó con la vida que en ese entonces llevaban, las armas que usaron tenían un gran poder, eran devastadoras, eficaces y letales. Al final todo fue ruinas, pero la tierra no soporto las heridas de la destrucción que nosotros provocamos, así que hizo lo posible por regenerarse. Ocurrieron varias cosas en el ambiente, el agua consumió gran parte de ese mundo antiguo y en aquellos sitios que había bosques no quedó más que grandes extensiones de páramos desolados. Muchas cosas cambiaron, entre ellas las estaciones del año.
Tenemos que estar en silencio, sólo escucho el marchar de todos, que junto con algunos estornudos y tosidos repetitivos terminan irritándome. Yo al igual que todos mis vecinos trabajamos en la misma fábrica, así es como nuestra población está organizada: los que viven en cierto lugar atienden a un sitio de trabajo en específico. Nosotros trabajamos en la fábrica de Refinado de Telas y Botones para el Capitolio. En total son seis fábricas, cada una diseña ropa para usos distintos, otro más calzado y hay una que se encarga de transformar la materia prima en hilos o broches.
Llegamos a la fábrica, es un edificio enorme del que se desprenden varias puertas. Cuando entramos tenemos que pasar por un punto de control en el que registran quien entra. Hay un par de mesas enormes y alargadas que están cubiertas por diversos aparatos electrónicos, en cada uno de estos hay un vigilante. De esta manera pueden saber quien ha salido de la fila de camino a la fábrica, en realidad no conviene escaparse porque el único sustento que tenemos es el trabajo que hacemos. Al terminar el día, por la tarde nos dan a cada uno nuestra paga diaria. Es lo justo para comprar la comida de un solo día, y si comes menos puedes permitirte ahorrar un poco y luego gastarlo en algo útil como ropa o frazadas.
Por suerte mi padre dejó este suéter cuando se marchó al Capitolio, así que el llevarlo me sirve para dos cosas: La primera es para protegerme del frío y la segunda es para acordarme de él, es por eso que no me queda adecuadamente.
Los vigilantes hacen una división de la fila, una a cada mesa. Los menores de doce años se apartan y se registran en la mesa contraria. Hace algunas semanas Elyse estaría registrándose en esa mesa, pero desde su cumpleaños ha tenido que trabajar junto a Marlon, Paris, los vecinos y desde luego conmigo. Aún le cuesta adaptarse, el trabajo, es demasiado pesado para ella, así que trato de ayudarle siempre que puedo. Los menores de doce son llevados a un cuarto donde hacen tareas sencillas y nosotros a las labores de siempre: aquellas que son más pesadas y aburridas.
De la fila sale una hombre a paso lento y empuja a su pequeña hija con los chicos de su edad, la niña llora y él intenta tranquilizarla, mira a sus lados porque los vigilantes se han aproximado al escuchar el alboroto que la pequeña ocasiona, pero el padre de ella les explica que todo está bien y estos se retiran mientras guardan sus armas cortas de nuevo en la funda del cinturón. Mi corazón da un vuelco, por un instante creí que los vigilantes dispararían a la niña, a su padre o ambos, pero eso no ocurre, sólo en mi mente resuena el eco del disparo imaginario.
Detrás del padre de la niña, está su esposa, Gemma. La conozco de hace tiempo, ella solía ser amable y respetuosa con todos, incluso se mostraba optimista con nuestra situación en los Distritos. Era una chica extremadamente hermosa y con una silueta envidiable. Siempre nos daba ánimos y nos incentivaba a seguir trabajando, pero ahora se encuentra inmóvil, con ojeras debajo de los ojos, lánguida y con la mirada perdida.
Cambió demasiado desde el día que el Capitolio la solicitó. Fueron seis meses que nadie la vio por ningún sitio, hasta el día que regresó. Su sonrisa se había esfumado, había perdido el habla y llevaba una criatura en su vientre. A los pocos días se casó con quien es su esposo actualmente. Así nos hicieron creer que la boda se celebró porque ellos habían decidido tener un hijo… pero el Capitolio no engaño a nadie. Por el Telar se corrieron los rumores de que Chazz, su esposo, no era el padre de la pequeña, y ciertamente no lo es porque ambos padres tienen el cabello oscuro y ojos azules mientras que su hija es rubia con ojos verdes. El alcalde de nuestro Distrito hacía patrullar a vigilantes para asegurarse que los rumores y suposiciones de la gente permanecieran ocultos, si a alguien se le soltaba la lengua era llevado al centro de el Telar y era azotado públicamente, como ejemplo de que no debemos de predicar contra el Capitolio.
Miro a la pequeña rubia, su rostro me resulta familiar, aunque no logro recordar de donde. Todos, incluyéndome, miramos la escena con detenimiento, hasta que uno de los vigilantes le da un golpe con el puño a un hombre y le ordena que avance. La fila continúa su curso.
—Marlon Hawkins—. Grita un vigilante tras el aparato de control. Mi hermano asiente y extiende su mano. El vigilante le acerca algo parecido a un bolígrafo, pero con una caja pequeña detrás. Le produce un pinchazo en el índice y tras verificar que no es un impostor, (claro, como nos interesara trabajar por alguien más) le ordena que avance.
—Elyse Hawkins—. Dice el mismo vigilante. Elyse extiende su manita y la retira de inmediato. El sujeto frunce el ceño y creo que más vale no hacerlo enfadar. Tomo la mano de mi hermana y ella forcejeando impide que la acerque al aparato. Se escucha un leve zumbido y de inmediato cubro la boca de Ely con mi mano, ahogando el grito que le produce el pinchazo sobre su manita lastimada por el trabajo.
—Vhanhiel Hawkins—. Es mi turno, extiendo la mano sin titubear y miro fijamente al vigilante, inexpresivo e inmóvil. Mi nombre es bastante extraño, nunca he conocido a nadie llamarse como yo, con mi mismo nombre y nunca lo conoceré porque mis padres se lo han creado.
Mis padres son Daniel y Vhikthoria Hawkins. Cuando se casaron pasó poco para que ellos me tuvieran. Tan pronto tuve la conciencia necesaria para preguntar racionalmente, les cuestioné el origen de mi nombre. Me contestaron de inmediato que si yo había sido producto de ellos dos, tendrían que llamarme de alguna manera que no quedara duda que provenía de ellos, así que combinaron sus nombres y el resultado es como me llamaron.
Paris conoce el camino a la perfección, así que lo sigo, no me molesto en intentar aprendérmelo, porque el siempre estará allí para recordármelo, o quizá es que el tampoco se lo sabe, pero con imitar los pasos del Viejo Jenkins será más que suficiente para llegar al lugar donde trabajamos.
El cuarto es enorme, a cinco metros sobre el suelo hay unas plataformas que lo rodean en lo alto. Están compuestas de metal y tienen un barandal grueso, durante las horas de trabajo un par de vigilantes armados rondan por las plataformas y se aseguran que todo el mundo trabaje, si no lo hacemos nos insultan o nos arrojan algunas cosas para intimidarnos. En cada pared oxidada del cuarto hay unas grandes máquinas que limpian la tela con vapor, eso hace que el calor se encierre en ese sitio poco ventilado y la única entrada de aire es la que está cerca de los vigilantes que nos cuidan. Las máquinas se alimentan de un cable muy grueso que le da energía y así estas pueden funcionar, igual hay un tubo que lleva agua hacia la máquina. Es un largo proceso para limpiar, pero los vigilantes insisten que el Capitolio no recibirá tela que tenga olor a estiércol. Crayton trabaja con esas máquinas, al ser de los más fuertes es él quien puede levantar las telas y colocarlas en las máquinas, así como desplazar los tubos y los cables.
Yo y mis hermanos trabajamos cortando la tela, Paris y el Señor Jenkins le dan algunos acabados especiales con algunas sustancias que al aplicársela a las telas las protegen del clima y del paso del agua, es imposible que se mojen y es difícil que se gasten. Nos agrupamos tal y como si fuésemos un equipo de trabajo previamente conformado, pero es un acuerdo que nunca se dio ya que cada quien tiene que trabajar por lo suyo. Pero a nosotros no nos interesa, nos hemos vuelto muy productivos y eso hace que los vigilantes no se metan con nosotros. Con el día nos hemos vuelto muy hábiles y diestros con nuestra labor. Tal y como mi padre y el de Paris lo eran, quizá no tanto, porque ellos eran grandiosos. Hasta que el día que recomendados por su buen trabajo, el Capitolio los apartó de nosotros hace un par de años y fueron llevados al corazón de Panem, ellos diseñan la ropa para los habitantes de ese lugar. Cuando menos me conforta que mi padre está bien, al igual que el de Paris. Ellos eran buenos amigos tal y como yo lo soy con Paris, por eso él y yo nos conocemos desde niños.
Recuerdo a la perfección el día que nuestro padre se fue: Ocurrió hace dos años. Aún era de mañana y el cielo estaba gris, apunto de llover, como si predijera que sería un día triste. Un par de vigilantes aparecieron por la puerta del cuarto en que nos encontramos justo ahora. Todos voltearon la vista hacia ellos y ese presentimiento de que algo malo ocurriría estaba latente en el pecho de todos los presentes y eso es porque los vigilantes nunca suelen aparecerse en ese lugar a menos que sea algo importante, algo importante para ellos y la mayoría de veces desastroso para nosotros.
Los nombres Daniel Hawkins y Gerard Sewell hicieron eco en la habitación. La mayoría se tranquilizó pero Marlon, Paris y yo nos alteramos demasiado. Marlon corrió a abrazar a mi padre, mientras la áspera voz del vigilante leía en voz alta un decreto del Presidente, que rezaba que los ya nombrados serían trasladados al Capitolio para servir a su población directamente, mencionaba también que la razón del cambio se debía al buen trabajo y dedicación a la Nación de Panem. La mayoría, menos nosotros tres, sintió alegría, pero mejor que eso; sintieron esperanza. Esa esperanza de que algo bueno ocurriese a aquellos que fuimos desdichados al nacer en los Distritos Orientales. Pero nada bueno ocurría a mi familia. Los vigilantes se acercaron a mi padre y pidieron amablemente los acompañara, lo mismo para el padre de Paris, quien dedicaba unas palabras apresuradas a su hijo. Ellos mediante señas los condujeron a la salida, mi padre se giró en el umbral de la puerta y me miró, sus labios se abrieron y me grito algo que cada vez que lo extraño tiendo a recordar: —Nunca tengas miedo…—. No pudo acabar la frase completa, pero no era necesario, yo la conozco a la perfección. Cada día me la repetía y yo la atesoraba como un principio de mi persona: “Nunca tengas miedo, no importa que tan mala sea la situación, vive dignamente y recuerda lo que te he enseñado”.
Completé la frase inconclusa de mi padre en mi mente mientras veía que se alejaba por los oscuros pasillos de la fábrica, fue una corta despedida e inesperada, no pude responderle y no es porque no quisiera, sino por la impresión de ver que el único familiar mayor que yo se alejaba de mi lado. Cuando menos vi cuando se fue, Elyse no tuvo tiempo de hacerlo siquiera. Ella se encontraba en el área de los menores de doce y no se enteró de la partida de mi padre hasta que al terminar el trabajo sólo nos vio salir a Marlon y a mí. Le informé y pasaron varios días de llanto antes de que lo superara. Desde ese instante supe que el peso de la familia (o lo que quedaba de ella) sería mi responsabilidad.
Tuve que tragar saliva y apretar los dientes para no intentar llorar en muchas ocasiones. Si Elyse me veía hacerlo, no podría mirarla a la cara y decirle que todo saldría bien, Marlon intentaría salir por el enorme muro de piedra que rodea al Distrito 8 y correría sin descanso hasta dar con el Capitolio y encontrar a mi padre. Él sigue siendo impaciente pero al menos poco a poco ha aprendido a escuchar y hacerme caso. Eso arregla las cosas entre él y yo, haciéndolas fácil para los dos.
Paris se hizo a la idea rápido y ahora es como un hermano para mí, un hermano que tiene mi misma edad. Nos cuidamos mutuamente, lo único que tiene es a nosotros y las historias del Viejo Jenkins.
Hemos trabajado por lo menos tres horas y conversado de algunas cosas que el día anterior observamos en el Telar , Marlon y Paris convenían sobre juntar sus ahorros y comprar una esfera de cuero que servía para jugar. Los miro interesado en su trato y me acerco un poco para escuchar la conversación:
—¿Y qué se te ocurre que hagamos con ella?—. Dice Paris, al tiempo que vacía un líquido transparente sobre un contendedor.
—¿Qué más? Servirá para patearla y jugar al terminar las labores—responde mi hermano. Con ese característico tono jovial que tiene.
El trabajo es de los pocos lugares donde podemos hablar libremente, y por libremente me refiero a no pregonar contra el Capitolio ni nada que no sea nuestra vida diaria, o de lo contrario los vigilantes de la parte alta sonarían la alarma y nos azotarían públicamente al atardecer. La única ley en el trabajo es no holgazanear, nunca detenerse.
—Sólo a ti te quedarían ganas de jugar después del trabajo…—Paris hizo una pausa mientras removía el líquido dentro del contenedor y continúo: —…y no sé si quiero darte mi dinero para una esfera de cuero de puma, llevo varios meses ahorrándolo para comprar aquella chamarra café—. Si de algo nos reímos en el Telar es que siendo un Distrito de textiles, tengamos que comprar la ropa que nosotros mismos creamos. Suena irónico y tonto, pero la ley del Capitolio se acata o se castiga severamente y no podemos llevarnos nada del trabajo.
—Así que quieres jugar en lugar de escuchar lo que este anciano tiene que contarle al mundo ¿eh?—. Replica el Viejo Jenkins a mi hermano—. Deberías apreciar la sabiduría que he acumulado en mis viajes por el mundo, no todos los días conoces un anciano que ha visitado todo Panem—. Termina acompañando su declamatoria con una risa que se transforma en un tosido grave, que deja ver sus dientes incompletos y su barba blanca temblarle. Sonrío al escuchar su plática, eso hace al trabajo, si no bien entretenido, cuando menos le quita lo tedioso.
Corto unas cuantas telas y las coloco en unos vagones metálicos. Tienen forma rectangular y son pesados para desplazar, incluso con las llantas rígidas que tienen por debajo. Marlon se me acerca y empuja con fuerza el vagón hasta una de las máquinas donde trabaja Crayton, lo sigo y cuando llegamos con el ex vigilante, vaciamos el carrito y la tela es cargada por las fuertes manos de Crayton y es depositada en la máquina que se encarga de limpiarla.
— ¿Es ella? —. Una voz desconocida se escucha a mis espaldas, me giro con cuidado y veo la indudable figura de dos vigilantes. Uno de ellos señala en dirección de donde había partido, el otro camina hacia el lugar indicado y grita con voz grave: —Elyse Hawkins—. Mi cuerpo se petrifica y un escalofrío me recorre de arriba abajo. Mi hermanita levanta su manita y el vigilante la toma por el brazo a la fuerza. Se gira rápidamente y veo que viene de regreso, con mi hermana de la mano y arrastrándola como si fuese un trapo más de la mugrosa fábrica en donde estamos.
Marlon comienza a caminar primero lento y luego rápido hacia Elyse, pero una arrugada mano lo sujeta y su propietario lo ancla a su persona.
Veo que la gente abre sus labios para hablar pero no escucho nada, sólo me quedo mirando la escena mientras la cabeza me estalla en pensamientos. Miro la cara de Ely y de un momento se transforma en la de Gemma y luego en la de la esposa de Crayton, veo a mi madre en pequeña, y mi mente crea situaciones análogas y miro aterrado en mis visiones a mi hermana con la mirada ausente y sin poder hablar. Siendo víctima de los caprichos del Capitolio y siendo objeto de prácticas inhumanas.
Los ojos se me llenan de lágrimas y con ello siento un calor que quiebra todo el hielo que sentía por dentro. Nadie se mueve, todos respiran con dificultad. Todo permanece impasible salvo mi hermana que es arrastrada por un par de vigilantes hacia la puerta, su boca se abre para gritar pero no la escucho. Pasa el tiempo, pero no lo siento, me muevo pero no lo recuerdo, sólo percibo en mi mano el frío metal de las tijeras que uso para le tela y como estas son apretadas por mis dedos enrojecidos; bañados en sangre cuando le clavo con fuerza las tijeras en la nuca a uno de los vigilantes.
El golpe seco del cuerpo del vigilante hace que la audición me regrese, caigo en cuenta de lo que ha ocurrido, o más bien de lo que he hecho y recibo un fuerte golpe en la cara. El vigilante suelta a mi hermana y su impacto sobre mi rostro hace que ponga una rodilla en el suelo. Miro con detenimiento cada una de las acciones de mi agresor: como su mano se sacude por el fuerte impacto que me ha dado, todo ocurre lentamente; saca su arma que se ve tan amenazadora como su rostro, ambos con ganas de matar y cobrar el precio de la vida de uno de sus compañeros.
Al final sólo puedo sentir el frío del arma sobre mi frente y la presión que hace contra mi cuerpo; y recuerdo: “Nunca tengas miedo, no importa que tan mala sea la situación, vive dignamente y recuerda lo que te he enseñado” las palabras fluyen como viento en mi mente, el vigilante toma su tiempo para ejecutarme, quizá sólo sean segundos pero me da el tiempo suficiente para recordar una última cosa. Escucho la voz de mi padre fuerte y clara, pero como un susurro, exclusiva para mí: “No temas al fuerte, sino al inteligente, porque mientras el cuerpo tiene un límite, la razón es ilimitada y vivirá por siempre”. Relajo mis ojos, al igual que la mandíbula, dando un descanso a mis dientes, sintiendo una calma plena y despreocupada de mi realidad; hasta que escucho un disparo.
2 comentarios:
me gustó, realmente sentí emocion y deseperación al final de capitulo, felicidades; espero el siguiente
Muy interesante, la organización laboral escrita y espero más :DD
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