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—Te tomaste tu tiempo para volver ¿eh?
—comentó en voz elevada el profesor, para que todos, incluyendo Christopher, lo
escucharan.— Espero que con eso aprendas la lección y no vuelvas a distraerte
en mi clase, jovencito—. Todos sus compañeros lo miraron y el chico apenado
entró al salón cabizbajo.
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—Además
¿no te da gusto que hayas vuelto a tiempo?—.
Continuó el profesor.
—¿A tiempo?
¿A tiempo para qué?— Preguntó Chris.
—A tiempo
para borrar el pizarrón—. Respondió el sujeto mientras miraba a sus alumnos con
complicidad, estos reían a carcajadas. Christopher se apenó enseguida al ser
evidenciado. No tenía más opción, así que dobló su manga y la sujetó con la
mano. Se acercó al pizarrón y comenzó a borrar los garabatos del maestro,
algunas fechas y un mal dibujo de un planisferio.
—Siéntate—.
Ordenó el profesor mientras metía sus libros en su maleta —. En lo que reviso
estos papeles y enseguida les daré un anuncio.
Christopher
obedeció sin chistar, se dirigía a su lugar ante la mirada divertida de sus
compañeros, algunas burlas y comentarios mordaces se escucharon en toda el
aula, incluso una bola de papel pasó rozándole la oreja. Los ignoró y tomo
asiento en la única silla que quedaba vacía en el salón. Los gritos continuaban
hasta que fueron cesados por la grave voz del profesor.
—Silencio.
Ya… Cállense… Sánchez, guarda silencio. ¿Ya? ¿Todo bien? Bueno, prosigo…—.El
profesor aclaró su garganta y los últimos murmullos se desvanecían como el
viento. —…como recordarán hace algunas semanas, al inicio del curso les comenté
de una excursión que tenía planeado organizar. Estos papeles —. Elevó las hojas
que sostenía, como si con eso todos pudieran leerlas—. Son la autorización de la dirección para el
viaje. Así que…
Fue
interrumpido por los gritos y silbidos de júbilo de sus alumnos. Christopher
miraba la escena exasperadamente, los gritos lo irritaban, y el viaje realmente
no le hacía mucha gracia. No estaba ni entusiasmado por ello, sólo se recargó
en su pupitre y esperó a que todo terminara. Y esto fue posible gracias al
profesor que nuevamente silenciaba a todo el grupo.
—…. Qué
lío con ustedes. Bueno, prosigo… Así que el viaje será en unas semanas por lo
cual requiero que todos ustedes traigan…
El agudo
chirrido de la alarma encapsuló todo sonido dentro de la escuela. Los alumnos
del salón se pusieron de pie instintivamente y se movieron tan rápido como el
pequeño espacio entre los pupitres se lo permitía. Atravesaron la puerta y se
desplazaron a pasos rápidos hacia las escaleras, los profesores de los demás salones daban
indicaciones a todos sobre las rutas de seguridad más eficaces. Christopher
seguía a toda la multitud, de inmediato, como un eco, la voz de Marco retumbó
en su mente: “evacuarán la escuela”.
Estaba
ocurriendo, tal y como aquel chico de la enorme espada lo había pronosticado.
Pero ¿Cómo era posible todo eso? Christopher le daba vueltas al asunto mientras
seguía el rumbo de la marea de alumnos que se dirigían a la salida. ¿Podría ser
sólo una coincidencia? Probablemente haya temblado casualmente y por eso
estaban evacuando la escuela, porque no era probable que con una sola llamada
de un joven de preparatoria se desalojara una instalación vital del gobierno.
Las cosas extrañas seguían ocurriendo.
Existía
desorden dentro del orden: los alumnos seguían un solo recorrido hasta el
centro de la escuela. Se escuchaban los gritos, bromas y silbidos de todos los
rincones posibles, incluso entre la multitud se veían compañeros que corrían
sin tapujos, empujando alumnos y golpeando a quien interfiriera en su camino.
Christopher
seguía analizando la causa de desalojo, intentó buscar con la mirada a alguno
de los chicos que participaron en la batalla del jardín trasero de la escuela,
ellos seguramente tendrían la respuesta. Sin éxito se encontraba estático en el
centro de la escuela, rodeado de más alumnos, los profesores al presenciar que
no había espacio suficiente decidieron desplegar a los alumnos restantes hacia
las canchas deportivas. El chico sólo movía la cabeza de un lado al otro,
buscando un rostro familiar que le diera respuestas: lo que en ese entonces
escaseaba para él.
Christopher
se movió apaciblemente, desplazándose entre la multitud de alumnos, rodeado de
gritos y carcajadas. Intentó no golpear a nadie, pero por la concentración de
alumnos no fue posible y recibió reprimendas y quejas de algunas alumnas
delicadas que no podían ser tocadas ni por el sol. Al chico no le importó y así
llegó hasta el borde del mar de gente. Sacudió la mano sobre su cabeza y una
mujer se acercó a él. Ella le sonrió afablemente y él le devolvió el gesto, más
por compromiso que por reflejo de su estado de ánimo, se preguntaba como la
mujer podía estar sonriéndole en una situación de emergencia; concluyendo que
si ella, siendo la vigilante de la escuela, una figura de autoridad; se
encontraba calmada el resto de los alumnos la imitarían y se sentirían seguros.
Christopher pudo comprobar esto, ya que cuando la mujer se acercó y le tocó el
hombro sintió una tranquilidad de protección que le brindaba seguridad.
—Hola de
nuevo, Chris—. Saludó entusiasta la mujer, Chris recordaba que a la hora de la
entrada la había saludado, como cada mañana lo hacía. Desde ese entonces hasta
la salida cada que se encontraba con la vigilante, ella lo saludaba de esa
manera.
—Hola,
Mary. Oye, este… ¿Qué está pasando? ¿Tiembla o algo así?
—No, hijo.
Hemos recibido una llamada.
—¿Llamada
de qué tipo? —. Preguntó curiosamente Christopher.
—Lo más
habitual, una amenaza.
—¿… de
bomba? —Concluyó preguntando Christopher, frunciendo una ceja.
—Así es.
Aunque ya sabes, la mayoría de veces es por alumnos traviesos que adoran la
flojera—. Dijo Mary haciendo un gesto con la mano restándole importancia.
—O alguien
que no quisiera hacer un examen.
La mujer
rió con fuerza, algunos alumnos la miraron de reojo extrañamente y cuchichearon
entre su grupo.
—Si, así
es—. Dijo reincorporándose Mary—. Pero no podemos arriesgarnos ¿sabes? —. Tomando
su radio comunicador que colgaba del cinturón.
—¿eh?
—Claro,
puede que esa amenaza resulte cierta y nos ponga a todos en peligro—dijo
enfatizando la última palabra y de inmediato se llevó el aparato al oído. Le
hizo una seña a Christopher que le indicaba
que le permitiera un momento. El chico asintió y enseguida divisaba la multitud
que se descontrolaba impacientemente a cada instante.
Mary al
igual que el resto de vigilantes y
profesores daban indicaciones a los alumnos que se dirigieran a la
salida de la escuela. Los aullidos de felicidad y aplausos reflejaba la alegría
del alumnado al abandonar la escuela. Christopher sólo negaba con la cabeza,
sintiéndose un poco decepcionado, pero no menos alarmado. La situación de la
bomba ya de por sí era de cuidado, como Mary dice, nunca puede saberse si es
una broma o un caso real, pero tomar las precauciones correspondientes nunca
está de más. ¿Pero qué precauciones tomaría el chico con el incidente del
jardín trasero del edificio? La bomba era peligrosa, si, pero quizá no tanto
como una mutación de mantis gigante que escupe púas enormes y sujetos con
armaduras y esferas que lanzan rayos que calcinan todo lo que tocan.
Cuando
Christopher llegó a la salida el resplandecer de luces rojas y azules iluminaba
las cercanías. Eran los automóviles policiacos que mostraban su presencia. Al
cruzar el umbral de la escuela varios sujetos uniformados que portaban el logo
policiaco en sus camisas, resguardaban la escuela. Christopher observó a un par
de estos sujetos que conversaban entre si, al parecer decían información sobre
la bomba. El chico se acercó discretamente para escuchar, incluso sus pasos se
volvieron cortos y bloqueó el paso de varios alumnos que poseían una urgencia
enorme por salir, provocando que le gritaran palabrotas y frases de menosprecio
e irritación. Pero al fin se encontraba al lado del par de oficiales en la
puerta, suspiró y movía la cabeza de un lado al otro fingiendo buscar a un
conocido, así no sospecharían de él.
—… si,
pareja. Pos’ no creo que hayan sido los chavos. Pos ya ves que casi siempre es
así ¿no? Que llaman, y dicen y luego no es nada.
—Ah,
Simón—. Confirmaba el policía a su compañero, mirándolo como si se tratase de
un tema de interés general, o éste estuviera dando una conferencia de física.
—Pero ,
pos’ igual y hoy si hay acción.
—¿Ah?
—exclamando el policía y haciendo un gesto de incredulidad al echar la cabeza
hacia atrás.
—Ey…
porque ‘ira. Siempre llaman acá, a la escuela —. Haciendo un ademán con la
cabeza y señalando a sus espaldas donde la escuela se encontraba—. Y pos’ son
los chavos, y así pos’ la escuela se da luego, luego cuenta. Pero hoy no,
pareja.
—¿Por?
—Porque
si, es que ‘ora la llamada la hizo la delegación a la escuela. Entonces, pos
si…
—… ¡oh!
—exclamó el otro muy interesado en la explicación de su compañero que a su vez
era una respuesta que le exigía que continuara con la teoría. Christopher sólo
apretaba los labios para evitar que se le escapara una risita al escuchar la
conversación policiaca, pero con ese acento al hablar del par de uniformados
era imprescindible no sentir gracia o diversión.
—…si,
este, entonces pos’ la delegación recibió la llamada y le avisó a la escuela.
Entonces pos igual si hay bomba hoy, pareja.
—Pero no
me quiero meter, ¿qué tal que si, si explota? —la preocupación se marcaba en el
rostro del policía que por primera vez no respondía con monosílabos—. Y pues
tengo a mis niños y se quedan sin su papi, no, imagínate.
—Pos’ eso
sí, pero es la chamba, es la chamba, además…
Christopher
había escuchado lo suficiente, sabía desde luego que no se trataba de una broma
o de serlo estaba mucho más elaborada para que esta fuera pasada por creíble y
cierta. Se alejó de los policías y junto con ellos de la entrada. Salía
caminando sin rumbo, sólo quería irse de ahí, llegar a casa y meditar lo
ocurrido, intentar descubrir la verdad, de todo aquello que no tenía mucho
sentido. De nuevo la voz de Marco se apoderó de su cerebro, pero esta vez no
era un recuerdo de un hecho vivido sino que sus oídos eran los receptores de
aquella voz grave cuyo propietario era el jugador de americano que hacía unos
instantes portaba una espada inmensa. Esa voz, se dirigía a un grupo, a quien
informaba “los vería después”. Christopher quería voltear de inmediato y
confrontar a Marco, quería preguntarle de los monstruos, el mensajero de ropas,
las armas, la evacuación de la escuela. La evacuación ¿Sería posible que ese
chico de gran tamaño tuviera tanta influencia para poder cerrar la escuela?
Pensó en
voltear y amenazar a Marco, pero después lo consideró absurdo dadas las
circunstancias de tamaño y fuerza, si iba a demandarle respuestas la
intimidación física no era un buen comienzo. Pensó apresuradamente, de no hacer
algo rápido, Marco se iría y Christopher
se iría a casa con sus dudas y probablemente ese día no podría dormir con
tantos sin sentidos en la cabeza.
Una gran
mano se posó sobre el hombro de Christopher, se dio cuenta del tamaño porque le
cubría prácticamente del cuello hasta la curvatura del hombro. Supo de inmediato
quien era, pero no volteó, se acobardó de inmediato. Esa presencia de grandeza
lo abrumaba, y el calor corporal de esa persona tras él, se intensificaba.
De nuevo
esa voz grave se dejaba oír, pero lo hacía únicamente para los oídos de
Christopher, aquel susurro le recorría todo el cuerpo, como un escalofrío. Su
mente captó todas y cada una de las palabras que Marco le decía, pero no pudo
asimilarlas hasta que el grandote le soltó del hombro y se alejaba:
“—¿Sorprendido, novato? Descubre RIFT”.
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