viernes, 17 de febrero de 2012

RIFT: Capítulo I


México D.F.
7:12 a.m.

Hace apenas algunos minutos, las clases habían comenzado en la preparatoria: las aulas estaban a reventar y las ventanas se empañaban con rapidez por el aliento de los estudiantes. El ruido de la ciudad envolvía la escuela y se mezclaba con la gélida brisa matutina, las condiciones para aprender no eran óptimas para cualquier persona y sin embargo miles de jóvenes se enfocaban en aprender, salvo aquellos que bostezaban gracias a un desvelo de antenoche o las aburridas clases de algún profesor  de historia que parecía estar contando anécdotas.  Un nuevo día comenzaba, y con él la rutina. El monótono calendario de una ciudad ajetreada y un país en el que nunca pasa nada interesante.

El estricto profesor de literatura, un tipo larguirucho y de rostro cansado, señalaba a un alumno que somnolientamente miraba su celular. Le pidió que se acercara y cuando lo hizo, le entregó una hoja de papel doblada que tenía que llevar a sus superiores. Aún era muy temprano para que las actividades en la dirección comenzaran, por lo general comenzarían dentro de un par de horas, todos lo sabían y no obstante el docente había mandado al chico a recorrer toda la escuela para hacer la entrega.
Aquel alumno bajaba las escaleras con pereza, sólo era un par de pisos para llegar al patio y de ahí atravesarlo para llegar al edificio de gobierno. Se le hizo eterno el descenso y el trayecto demasiado tedioso. Como era de esperarse la dirección estaba cerrada, el chico  apretó la mano y golpeo con los nudillos la puerta. Nadie salió. Hasta ese entonces no lo había pensado, pero concluyó que dicha tarea era un castigo impuesto por el profesor al no poner atención en clase, y quizá, un poco de ejercicio matutino lo ayudaría a espabilarse.

Ya que se encontraba fuera del aula tenía que aprovechar la situación alguna forma: iría a las canchas de futbol a buscar a algún conocido, dirigirse a la cafetería por algo caliente o simplemente vagar por algunos minutos. La brisa intensificó y el frío con ella. Después de pensarlo un poco corrió hacia los baños. Hizo lo que debía y enseguida se lavó las manos, se llevó los dedos húmedos hacia su cabello castaño y se miró al espejo, se veía desde luego un poco pálido y con unas ojeras que le subrayaban los ojos: aquellos orbes grandes que contenían un iris café en su centro. Suspiró con fuerza, dobló la hoja una vez más y la colocó detrás, en su bolsillo. Era momento de vagar. Camino apaciblemente entre la planta baja de un edificio, luego al otro, miraba continuamente a su alrededor, buscando a un amigo o conocido, quien fuera digno de una buena compañía. Sin éxito hasta ahora. Caminó detrás del edificio más alejado de la preparatoria, lo rodearía y en caso de no encontrar algo interesante volvería a su salón. Al llegar a la esquina del edificio resbaló de repente, probablemente debió de haber pisado lodo o algún charquito que se camuflaba con el pasto que cubría en su gran mayoría a la escuela. Bajó la mirada para comprobar y se encontró con un líquido viscoso de color carmín. Se agachó y de inmediato supo de que se trataba, salvo que no  se explicaba que hacía tanta sangre en un sitio como aquel, levantó la vista, observó que pequeñas gotas rojas marcaban un rastro, lo que sea que haya sido herido se movió justo atrás del edificio. Se puso de pie para seguir las manchas, evadiéndolas para no resbalar de nuevo.

Al llegar a la esquina observó a una figura humana recargada en la pared, estaba a varios metros, no podía ver con detalle de quien se trataba. De inmediato se acercó para comprobar y se horrorizó al descubrir a una chica gravemente herida: la sangre escurría de su abdomen a borbotones, pintando un círculo carmesí bajo ella; de la frente emanaba un hilito de sangre que escurría por su mejilla y se perdía en su larga cabellera negra. Ignorando la poca cordura que le quedaba, se puso de rodillas ante ella y llevó su mano instintivamente hacia la herida en el abdomen, como si mágicamente pudiese parar la hemorragia. Los ojos de la chica se abrieron  como platos, dejando ver su iris verde por completo, cuando una estaca volaba hacia ella y se clavaba justamente en el centro de su pecho.