martes, 14 de febrero de 2012

Nace un Dios.

A lo largo de nuestra historia se han contado múltiples leyendas de nuestros antepasados, esa civilización tan grande, con una basta cultura y un fiero instinto de lucha, los majestuosos aztecas. Estas leyendas nos cuentan acerca de su existir, poemas para consagrar las valientes hazañas de los héroes de esa época, la mayoría transmitidas de padres a hijos o publicadas en innumerables textos, pero solo una ha quedado olvidada a través del tiempo.

Lo que están a punto de leer es la única forma que poseen los mortales para convertirse en dioses, en ser los regentes de su tierra natal y así mismo de cambiar el mundo por completo. Esta es la historia de Rugido Jaguar, un príncipe perteneciente al gran linaje azteca. A la edad de quince años fue designado por su padre y un gran consejo de caciques para encabezar una campaña militar, una encarnizada serie de escaramuzas para subyugar a los pueblos vecinos que se negaban estar bajo el dominio azteca. Era increíble el ver pelear al joven, tan ágil como un gato, tan inteligente como un búho y organizaba a su leal ejército como una gran manada de lobos, era el macho alfa. Dos años transcurrieron a partir de la fecha en que la campaña comenzó, fue recibido por su pueblo como un héroe, al igual que su padre quien lo veía como un digno sucesor al trono, ganándose la simpatía de los consejeros y altos mandos.

A su corta edad se había ganado el respeto de todo el pueblo, todos confiaban en él, así que un respetado chamán le contó sobre la prueba máxima: ser un dios. Antiguamente se creía que las serpientes al alcanzar cierta edad crecían descomunalmente y les brotaban plumas cual aves, dotándolas de la capacidad de volar, eran conocidos como los hijos de Quetzalcóatl, se conocía su existencia pero nadie había podido capturar una, esa era la prueba. El tiempo pasó y veinte años transcurrieron, el joven llego con serias heridas en su cuerpo, caminaba débilmente con un extraño ser plumífero de color tornasol que yacía en sus manos y rodeaba su cuerpo, una vez mas fue ovacionado, y en un rito el cual duro varios días comió la carne de la serpiente y uso sus plumas para confeccionar una vestimenta brillante. Había nacido un dios, él juró que velaría siempre por su pueblo, esta deidad caminó hacia el mar perdiéndose en las olas, mientras suplicaba a su pueblo nunca perder las esperanzas pues algún día regresaría.

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